Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra
Bendice, alma mía, al Señor; ¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto....
Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos... (BIBLIA DE JERUSALÉN, Apocalipsis, 5 7:8)